
ESPAÑOLA
DE AREQUIPA
Poco tiempo antes del surgimiento del imperio INCA, se inició el espacio geográfico en el que hoy se asienta nuestra ciudad, estuvo ocupado por algunos
conglomerados nómadas dedicados a la caza, pesca, recolección e incipientes
prácticas de agricultura. Todas estas actividades constituyeron la primera base
económica de la ciudad, es decir, actividades primarias de supervivencia.
Arequipa antes de la llegada de los españoles, estaba conformada por asentamientos humanos de poca jerarquía dentro del sistema urbano del Tahuantinsuyo. Fue una ciudad de paso entre la costa y la sierra (camino al Cusco) sin un
importante rol económico o administrativo dentro del imperio.
A la llegada de los españoles, la ciudad de Arequipa, fue fundada por don Manuel Garcí de Carbajal el 15 de agosto de 1540 por orden del marqués don Francisco Pizarro fundó la Villa Hermosa de la Asunción del Valle de Arequipa,
después de haber trasladado previa consulta y juramento, a los españoles que
se habían instalado en Camaná. Fue establecida “encima de la barranca del río”
según reza el acta fundacional. A partir de este momento, se proyecta como una
urbe foco de desarrollo en el sur del Perú.
El 2 de noviembre de 1575, por sus grandes servicios prestados a la Corona, en
nombre de su Católica Majestad don Felipe II, el Virrey don Francisco de Toledo, concedió a la ciudad de Arequipa el título de “MUY NOBLE Y MUY LEAL”,
comprobándose que sus fundadores fueron gente principal y distinguida; que
estuvieron al lado de los Pizarro cuando la ciudad de Los Reyes fue sitiada por
el ejército de Manco Inca; que estuvieron bajo la bandera del Licenciado Vaca
de Castro, haciendo campaña contra Almagro y contribuyendo a su derrota en
la batalla de Chupas; que dieron asilo a Diego Centeno cuando estuvo perseguido por don Francisco de Carbajal; que engrosaron las filas de Blasco Núñez
de Vela, concurriendo a la batalla de Añaquito, lo que les valió confiscación de
sus bienes, prisiones y crueldades. Que conocida la llegada de don Pedro de la
Gasca, lo apoyaron decididamente, colaborando en la organización de las fuerzas de don Diego Centeno y enviando a don Manuel Garci de Carbajal cerca del
Licenciado, con fuerte suma de dinero recaudado generosamente entre todos
los vecinos.
El territorio regional se organiza sobre la base de la institucionalidad feudal.
Se centraliza todo el poder en una sola institución: la iglesia. El rol que juega
Arequipa en tal periodo, fue de Centro de Organización de la región sur, ante la
necesidad de una salida al mar para el aprovisionamiento de las provincias del
interior andino y la exportación de riqueza a la metrópoli (España).
Con el paso de los años, se presenta un auge en la actividad comercial lanera,
vitivinícola y minera, sin embargo, los efectos de la gran depresión se dejan
sentir en Arequipa, cayendo la demanda de los productos de exportación y de
importación, bajando los precios del algodón, el
azúcar y la lana.
El impulso industrial vinculado a la apertura de
nuevas vías interregionales, al Ferrocarril y orientado al mercado interno del sur, da paso a una
mayor diversificación económica, convirtiendo a
Arequipa en el Eje Industrial del Sur.
La ciudad de Arequipa después de su fundación
se convirtió rápidamente en una importante villa en las colonias españolas del Perú dado que
era un paso obligado en el transporte de la plata
extraída de las minas de Potosí (actualmente Bolivia). Además, era un centro del comercio entre
Lima (capital del virreinato español) y el sur de
las colonias españolas (todo el sur de Latinoamé-
rica).
Todo esto hizo de la ciudad de Arequipa el hogar
de familias pudientes que llevaron a cabo grandes construcciones como mansiones e iglesias,
entre ellas la Catedral de Arequipa, el Convento
de Santa Catalina, así como el Monasterio de la
Compañía.
La arquitectura arequipeña de la época colonial
se caracteriza por el uso del “sillar” (roca volcánica blanca cuya naturaleza porosa la hace fácil de
esculpir), motivo por el cual se le dio el apelativo
de la “ciudad blanca”. La arquitectura desarrolló
un estilo propio llamado “mestizo” en el cual se
combina el esculpido de la roca “sillar” para los
frontis de las iglesias y casonas. Uno de los mejores ejemplos de esta arquitectura es el Convento
de Santa Catalina, construido íntegramente con
sillar, y cuyas dimensiones nos permiten considerarla una pequeña villa enjaulada dentro de la
ciudad, con callejuelas, casitas y plazoletas.
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