Pileta en la Plaza Zocodober. Al fondo la cúpula de la iglesia.
Siempre que puedo me gusta visitar el Monasterio de Santa Catalina,
en Arequipa, Perú. Esta joya de la arquitectura colonial en Latinoamérica,
es el monumento más famoso de Arequipa y Patrimonio de la Humanidad
Pero no es sólo por su rica historia de más de 400 años,
por su peculiar estilo (producto de una turbulenta historia sísmica
, del mestizaje y la innovación de los alarifes),
por su impresionante estado de preservación,
o por el valioso compendio pictórico de su rica pinacoteca.
Imagen del claustro Mayor, el más grande del monasterio,
construido entre 1715-23 con sus paredes de color naranja encendido.
Alrededor del claustro se ubican una serie de 32 pinturas. Al fondo se observa la cúpula de la iglesia.
Lo que más me atrae de esta ciudadela es su intermitente y cautivante tejido urbano,
su riquísima variedad y calidad espacial, su dramático tratamiento de la luz,
su abrupto y sorprendente manejo de escala, su admirable definición de dominios,
su estimulante uso del color y la nobleza y masividad de sus edificios,
que se hace a veces transparente mediante arquerías o elementos sutiles.
Todo ello orquestado magistral y coherentemente en un lenguaje sobrio,
sencillo y sin aspavientos, propio de un convento de clausura.

Ondulante recorrido de la calle Toledo
Masivo, contundente y austero juego de volúmenes, característico
de la arquitectura colonial arequipeña.
UBICACIÓN
El Monasterio de Santa Catalina se encuentra a una cuadra hacia
Urbanamente se distingue del resto del damero colonial
ya que ocupa una manzana y media del mismo.

A pesar de ello, hasta antes de 1970 los arequipeños no tenían
idea de lo que acontecía tras sus callados y sólidos muros.
De hecho, es muy difícil encontrar fotografías antiguas del monasterio;
inclusive guías turísticas de 1960 prescindían del conjunto monástico,
que curiosamente es ahora el símbolo por excelencia de la arquitectura colonial arequipeña.

La fachada sobre la Calle Santa Catalina, antes de la restauración en 1970,
cuando sus muros
se mantenían pintados. Foto cortesía de Arkinka.
Luego de 1970 el monasterio se dividió en dos partes, una antigua
que se abrió al público y otra moderna, que es donde viven actualmente
las monjas en clausura. A ellos se suma la Iglesia de Santa Catalina,
la que está lógicamente abierta al público, y a la que acceden las monjas
desde un ámbito no visible.
Fachada principal de la Iglesia, en cuya portada se encuentra una imagen
de Santa Catalina de Siena. En la torre del campanario, construida en 1748, hay 4 campanas.
BREVE HISTORIAEn 1576 Doña María de Guzmán, una rica y adinerada viuda,
(1660-1672), y que según Zamácola
“…diole más extensión al terreno, sin reparar en el perjucio que
causaba a la ciudad y al público cortando dos calles rectas”.

Vista del monasterio (el norte se ubica a la derecha de la imagen).
Nótese cómo el tejido más orgánico se encuentra más hacia el norte, mientras que los claustros
rectangulares se ubican hacia el sur. Imagen Google Earth
A lo largo de los siglos XVII y XVIII muchas monjas de familias
pudientes ingresaban al convento, pagando importantes sumas y
construyendo sus propias celdas y las de sus sirvientes y esclavos.
Algunas veces niñas ingresaban al convento sólo por algunos años,
pues era símbolo de estatus entre las familias ser educado
en un convento o monasterio. Las religiosas pasaban los días entre
rezos, cánticos, meditaciones, actividades educativas, labores
domésticas e incluso preparación de alimentos que algunas veces ofrecían al público.

Entre todas las religiosas que habitaron en el convento,
piadosa mujer que llevó una vida de austeridad y que llegó a
ser priora del monasterio, y a quien se le atribuye la capacidad de predecir hechos.
Diversos hechos milagrosos la llevaron a ser beatificada por Juan Pablo II,
no sin cierto temor entre la población mistiana, ya que según la leyenda
el día que la santifiquen el volcán Misti reventaría. En realidad, lo que la
humilde mujer dijo fue “no me considero digna de que me llamen santa.
Eso es tan improbable como que el Misti reviente”.

Calle Sevilla. El foco visual del fondo, enmarcado por soberbios contrafuertes,
corresponde a la antigua iglesia de Santa Catalina, posteriormente convertida en cocina.
TRAZADO URBANO
La sucesión de plazas, patios y callejuelas, producto de las modificaciones
impuestas a través de los siglos conforman un paisaje urbano coherente,
pero complejo, por momentos laberíntico, muy rico en sensaciones
visuales y espaciales. Patios de proporciones cuadradas definidos
por claustros en la zona sur contrastan con una trama más irregular y
orgánica en la zona norte, que es más antigua.
Planta del Monasterio antiguo
Espacios concatenados a lo largo de una secuencia de calles y plazas que
establecen un dominio paulatino y claro entre el espacio público y el privado.

Vista de la Calle Córdoba, con sus tradicionales maceteros de geranios contrastando
con la pared blanca de sillar.
Calles amplias definidas por muros altos encuentran escala humana
mediante arcos que las atraviesan. Callejuelas estrechas definidas por
construcciones bajas de techo de teja nos apuran el paso y de pronto
nos conducen a adorables placitas, o descubren generosos huertos.
De hecho, los nombres de algunas de ellas (Granada,
Córdoba, Sevilla)
nos permiten transportarnos al paisaje urbano andaluz. Recorrer el monasterio
expone al visitante a una experiencia fenomenológica estimulante y variada.

Patio de los Naranjos, debido a los árboles de naranjo, presenta un característico color añil.
Cada viernes santo,
las religiosas representan la Pasión de Cristo en estas tres cruces verdes.
ESTILOEn palabras del arquitecto Frederick Cooper, el Monasterio de Santa Catalina es
“un valioso documento que afirma y corrobora la existencia ininterrumpida
de una cultura arquitectónica viva, permanente y segura,
encarna la vigencia continua que tuvo un ordenamiento constructivo y formal a la cual se integraba y subordinaba la creación personal.”
Efectivamente el estilo constructivo del monasterio, llevado a cabo hábilmente por alarifes,
diestros en el tratamiento del sillar (piedra volcánica pusolánica de color blanco,
predilecta en las construcciones arequipeñas antiguas) pero desprovistos de
formación académica estilística, no difiere sustancialmente al resto de las
construcciones de la Arequipa colonial.
Detalle de la cocina.
Los juegos de luz y sombra producen efectos dramáticos y espacios cargados de gran espiritualidad.
A ello coadyuva la fuerte incidencia solar característica del cielo arequipeño.
Sin embargo, la ciudad y el monasterio recorrerían caminos diferentes a
partir del sismo de 1868, en que la primera se entrega a nuevos
estilos foráneos, el higienismo, neoclasicismo y posteriormente el movimiento moderno,
mientras que el último mantendría el estilo colonial austero del conjunto, sin mayores
aspavientos ni cambios de estilo (que sí sufrieron otros templos, como la catedral,
la iglesia de la Compañía, el templo de San Francisco, entre otros), haciendo
primar el conjunto a la individualidad.

Otra vista de la calle Sevilla.
UNA DESCRIPCIÓN DEL CONVENTOPara una interesante descripción del monasterio, citaré a la reconocida escritora